Las noticias que llegan de Iraq y Siria vuelven a destapar la estrategia macabra de las grandes corporaciones del armamento y la banca internacional para generar expectativas de valorización para sus empresas a partir de la sangre y la destrucción de la vida de millones de seres humanos. Los gobiernos de los países dominantes saben bien que la fabricación de un enemigo temible les resulta imprescindible para la implementación de sus “planes de crecimiento” y el mantenimiento de un cierto grado de control y legitimación social ante sus propias poblaciones. Como bien nos decía el maestro Galeano son las armas las que necesitan a las guerras. Solo así puede entenderse que los gobernantes de Arabia Saudí, Kuwait, Emiratos y otras dictaduras del golfo (aliados inquebrantables de las monarquías y los presidentes de Europa y NorteAmérica) lleven años promoviendo la creación de esos ejércitos terroristas ante los cuales ahora, de manera repugnántemente cínica, nuestros gobiernos occidentales se “rasgan las vestiduras”. En una entrada de Mayo-2012 (Engordando al monstruo salafista) ya anticipábamos esta estrategia de “huida hacia adelante” que el capitalismo internacional estaba preparando como mecanismo empresarial de lucha contra la crisis de crecimiento económico que están enfrentando. Otros gurús de las finanzas lo llamarían “caos controlado” o “destrucción creativa”. En otras palabras: Aniquilamiento brutal de la vida y las infraestructuras de zonas ricas en recursos naturales o con alto valor geoestratégico para proceder a su reconstrucción, que será reembolsada gracias a la explotación de esas fuentes de materias primas. África también conoce demasiado bien ese terrorífico juego. Negocio asegurado para los vendedores de armas, para los bancos prestamistas, las empresas energéticas y para las grandes constructoras que procederán a la edificación de nuevas infraestructuras destinadas a erigirse sobre terrenos convenientemente devastados. Un ejemplo de ello, aunque con matices coloniales específicos, es el reciente genocidio en Gaza para el cual ya se están firmando los correspondientes contratos de negocio. Los pobres ponen los muertos y el sufrimento. Los directivos de las grandes empresas y los gobernantes corruptos bajo su mando se quedan con todos los beneficios. Desgraciadamente para que este siniestro plan, digno de mentes psicópatas, pueda implementarse hace falta la creación del enemigo necesario en forma de terrorismo ideológicamente impulsado y financieramente alimentado por nuestros propios socios con domicilio en Riad, Abu Dhabi, Dubai, Bahrein, Kuwait y otros centros similares de poder corporativo. Los mismos que imprimen su propaganda en las camisetas de los grandes clubes deportivos hacen llegar sus petrodólares a nuestros enemigos. Son los negocios. Ya se sabe que los magnates siempre juegan a dos bandas. Desde Wall Street o la City hacen con el salafismo el mismo juego táctico que décadas atrás hicieron con el nazismo justo antes de su gran eclosión, en esa aparente y fría equidistancia pragmática tan propia de los capitales “inteligentes”. En este tenebroso bucle orweliano los hijos bastardos de nuestros más queridos “aliados” están llamados a erigirse en nuestros más odiados antagonistas para que el edificio simbólico de nuestra legitimidad moral pueda mantenerse en pie. En la lógica perversa del dinero cuyo destino es fecundarse a si mismo la conservación de la vida no resulta rentable mientras su destrucción es un objetivo conveniente bajo la óptica del inversor. De la misma forma el mantenimiento de los servicios públicos que garantizan cierto nivel de equidad paraliza el crecimiento del PIB mientras su desmantelamiento dinamiza a las bolsas y mercados. Hasta el 2011 el monstruo se presentaba ante nuestros ojos transformado en un bello príncipe pero ahora su manto empezó a caer mostrándose, poco a poco, ante el mundo como lo que realmente es. Ya lo conocemos. Comenzamos por fin a mirarlo fente a frente, sin máscaras ni deslumbrantes ropajes. Ahora toca vencerlo y, sin duda, estamos dando pasos para ello.
P.D. Lamentamos escribir de manera tan reiterada la misma entrada desde hace cierto tiempo pero, desgraciadamente, creemos que sigue siendo necesaria.